La imagen cinematográfica según Tarkovski
Además de ser uno de los realizadores más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, Andréi Tarkovski fue uno de los pensadores más acertados de su tiempo. Y es que no sólo dedicó su vida a dirigir grandes obras fílmicas; también llevó a cabo un importante esfuerzo por teorizar acerca de éstas y del quehacer cinematográfico en general.
Una de las reflexiones tarkovskianas más recordadas entre los estudiosos del cine es aquella que versa alrededor de la imagen cinematográfica. En su libro Esculpir el Tiempo (1986), Andréi Tarkovski hace un repaso por las implicaciones y el significado de este tipo de imágenes.
Te puede interesar: The Lighthouse: Willem Dafoe vs. Robert Pattinson
En esta ocasión, revisaré los conceptos tratados por el autor, pues sin duda son esenciales para entender el cine de manera distinta. Me refiero a señalar la importancia de cada imagen de manera independiente y no del análisis de una obra desde una perspectiva unitaria.
Tarkovski afirma que cualquier pieza artística –una pintura, una escultura, una imagen cinematográfica, etc.– es un vehículo para expresar la verdad. Es decir, la percepción única del universo que parte desde la mirada de cada autor.
Así, en cada obra el realizador busca retratar el mundo tal y como él lo entiende; busca retratar la verdad, según su propia visión de las cosas. En el caso de una imagen cinematográfica –que podría pensarse como un plano–, el director intenta llevar su mirada a cada situación captada por la cámara. “En el cine, la imagen se basa en la habilidad para presentar nuestra propia percepción de un objeto como si fuera una observación”, apunta Tarkovski.
Cuando la obra se concreta y el espectador se enfrenta a ésta, se topa con una verdad que hasta entonces desconocía y que lo lleva a plantearse el mundo de otra forma. Ya sea que sienta empatía o rechazo ante la mirada del director, no podrá hacer otra cosa más que cuestionar lo que está frente a sus ojos y encausarse hacia una búsqueda de su propia verdad.
Una imagen cinematográfica implica el choque de dos visiones únicas del mundo: la del realizador y la del espectador. Es decir, el enfrentamiento de dos verdades distintas que convergen hasta convertirse en una sola –al menos para el espectador, que es el destinatario de una imagen de cine–.
Ahora, para que una imagen cinematográfica logre su cometido, debe ser realizada de manera simple y clara. Esto con el fin de ser fácilmente procesable. No quiere decir, por supuesto, que habrá un significado único que defina lo que un plano busca transmitir; sino que habrá tal nivel de claridad en la imagen que el espectador logrará adentrarse en ésta para generar su propia interpretación.
En este sentido, Tarkovski compara la imagen cinematográfica con un haikú. “El hablar de la imagen como una observación precisa de la vida, me lleva a la poesía japonesa. Lo que en ella me fascina es su rechazo a siquiera insinuar el significado de la imagen última.”
Es decir que una imagen debe ser presentada sin pretensiones. No procurará obligar al espectador a entenderla de una u otra forma: está abierta a interpretaciones.
Por otro lado, el autor afirma que una imagen cinematográfica se asemeja a un haikú por la característica de significar por sí misma, sin necesidad de otros elementos. Como si cada plano funcionara de manera independiente y no en función de su condición de pieza dentro de un conjunto.
Para aclarar esto, Tarkovski utiliza un haikú de Matsuo Basho:
El viejo estanque silencioso.
Una rana salta al agua.
El ruido del agua.
“Los poetas japoneses sabían cómo expresar sus visiones de la realidad con tres líneas de pura observación. Con qué simpleza y precisión está observada la vida. Qué disciplina mental y nobleza de imaginación. Estas líneas son bellas porque el momento, arrancado y fijado, es uno y se hunde en el infinito.”, afirma Tarkovski.
En este sentido, ¿no es ésta la función de una imagen cinematográfica? Arrancar momentos de la vida y fijarlos en la pantalla. Y esto refuerza lo anterior: un plano cinematográfico tiene significado por sí mismo, sin necesidad, incluso, de formar parte de una obra. Como si una película fuera un conjunto de haikús que esperan ser interpretados por los espectadores.
En conclusión, aunque “es difícil pensar que un concepto como el de imagen cinematográfica pueda alguna vez ser expresado con una proposición precisa, fácilmente formulada y comprensible”, podría señalarse que una imagen de cine es un arma cargada de verdad y un vehículo para observar, interpretar, reinterpretar y reconocer la realidad.
Por: Fernando Valdez
Síguenos en: @Filmadores