El Exorcista: La receta del pánico
No lo nieguen. Cuando iban en la primaria se creían eso de: “Antes de que construyeran la escuela, esto era un panteón”. Y es que, luego de la frase, nos mostraban pruebas: aquel montoncito de tierra en las áreas verdes era la tumba de un elefante, se notaba en la forma. Y otras teorías que sonaban bastante ciertas y que nos han mantenido en el engaño durante todo este tiempo.
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Nos contaban una historia que no era verdadera, pero que tenía elementos verosímiles, creíbles. Justo como sucedió con “El Exorcista” (1973), que al menos por tres décadas generó una gran tensión en cada país en el que se proyectó. Voy directo al punto. ¿Cuál es la diferencia entre esta película y otras que tratan de posesiones diabólicas o sucesos sobrenaturales (relacionados con el terror)?
Normalmente, vas al cine, empiezan los sustos, te llevas unos cuantos pellizcos y comienzas a descubrir las motivaciones del chamuco para atormentar a los personajes; esto le da la justificación necesaria a la historia… y a tu sufrimiento.
En el caso de El Exorcista no sucede así: Regan (Linda Blair) es poseída por el diablo, cuya necesidad no es otra más que personificar la maldad absoluta. Aquí, lo que el espectador encuentra es la sugerencia de que un hecho así puede ocurrir de verdad. Esto se manifiesta en elementos verosímiles, como los del panteón en la primaria, que nos hacen creer en lo que vemos en pantalla y trasladarlo a nuestra cotidianidad.
Hay tres momentos clave que apoyan lo anterior. Primero, Chris (Ellen Burstyn) se reúne con un grupo de médicos para saber lo que pasa con Regan; ellos, que ya le han practicado todas las pruebas existentes, deciden aconsejarle que visite a su exorcista de cabecera. En este momento de la película no hay titubeos, una vez superadas las pruebas clínicas debe darse el siguiente paso, pensar en una posesión. Esta base médica, que no lo es, fue tomada como cierta por parte del público.
Después está el detective William Kinderman (Lee J. Cobb), que sigue una serie de pasos racionales para esclarecer el asesinato de Burke Dennings (Jack MacGowran). Pronto se da cuenta de que la única explicación “lógica” es que algo sobrenatural le haya quitado la vida. De nuevo se expone el suceso satánico como algo comprobable.
Luego queda el caso de la iglesia, que tiene bien definidas las características de una posesión e incluso cuenta con una lista de requisitos para poder intervenir. Médicos, policías y sacerdotes saben de las posesiones e incluso les dan un tratamiento protocolario.
Esta articulación de El Exorcista sugiere la posibilidad real, tangible, de que algo así ocurra en nuestros propios hogares. Ante una situación de pánico provocada por una situación sobrenatural, debemos guiarnos por la razón: aunque el camino de ésta nos lleve a encontrarnos con el mal. La historia, entonces, no se justifica a sí misma, como en el otro bloque de películas que mencioné; sino que revela la existencia de la oscuridad que no necesita razones para atacar y que pone en peligro a creyentes, ateos, supersticiosos y escépticos.
En un momento, el detective comenta: “Si nadie hiciera preguntas, no existiría la Penicilina”. La curiosidad nos lleva a descubrir cosas.
¿Deberíamos preguntar si el diablo existe?
Por: Fernando Valdez
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